martes, 12 de junio de 2007

Cuento distante


Hay un preciso instante en la noche en que uno camina sin hacer ruido y todos caminan sin hacer ruido. El gato parece estampado en la pared, arte rupestre predecesora que lo pintó con aerosol en blanco y negro. El instante se apodera tan intensamente que su recuerdo perdura en los minutos posteriores, pero nunca el día siguiente. La imagen es reconocible para quien haya transitado el barrio. Las noches frías con ojos empañados permiten mayor nitidez de la neblina. Neblina que suele ser del mismo color que el gato o de la pared en la que el felino se encuentra. Tiene las orejas paradas, los ojos iluminados, el cuerpo corvo, las patas dispuestas; la descripción no es nueva. Una pose tan inmóvil como el silencio que acapara el instante.

De repente, uno sigue atravesando el reloj y todos siguen oyendo el segundero. Las copas de los árboles parecen dubitativas, sus hojas caen culpa de un viento que ahora se vuelve a sentir en cada poro del rostro. El gato retoma sus tres dimensiones, maúlla de manera molesta, se cobija debajo de algún auto cercano; un simple gato que cualquiera vio. ¿El instante? El ruido sembró sus nostalgias, las añoranzas se presentan como fotografías monocromas. Uno y todos saben que no vuelve, habrá que esperar al gato, la noche, el frío y el silencio.