sábado, 13 de octubre de 2007

Réquiem para un sueño

16-XI-2005

A los despertares inconclusos de imágenes vagas,
inseguras, oscuras como los pensamientos
que afloran al salir la luna…

A ellos interrogo,
de ellos dudo,
¿tienen significado?
¿Son profundos como un ahogo
o inexorables como un estornudo?
Un estornudo
en el cual no fue preciso
mirar una luz.

Un simple hipo quizás,
que viene ácido
y se va asustado.

No, son un ahogo.
Se corta la respiración
y uno se hunde,
humedece su cabeza en el salado mar
que podría haber sido un río dulce.
¡Un surubí que pesqué bagre!

Despertares míos callad,
otorgad sueños profundos,
y si acaso despertáis,
escuchad cantar los pájaros.
Silban felices… melodías de réquiem.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Violencia, ¡es mentir!

Puse las monedas en la expendedora de boletos a la vez que aclaré al chofer localidad San Isidro. Cabizalto y sonriente, desfilé por el cuatrópodo cuyo número no recuerdo. Las chicas me miraban, ellos me envidiaban. Como buen galán, me senté en asiento de uno, sin devolver miradas sugerentes a ninguna. Abrí la ventanilla con la suavidad y lentitud suficiente como para que el contraste con el viento fuera casi una veta de artista. De nada me daba cuenta en ese momento. Todo fue después, todo fue hoy, ahora tal vez. Pensaba en ella, mi cabeza había sido asfixiada. A mis neuronas pareció gustarles.
Bajé los tres escalones mientras cubría mis manos con guantes negros. Seis cuadras me separaban de su casa. Las caminé con la lentitud que caracteriza a un hombre que llegó a la cumbre y no sabe bajar, a lo mejor ni quiere. Pero pasaron con velocidad vertiginosa. El hombre supra elevado no tiene otro motivo para temer que el vértigo. Vértigo a la forma, no a la materia, no a la sustancia. En fin, recién fue el timbre el objeto real que modificó mi mundo onírico por este otro, tanto más real como material.

Entonces, no se por qué mentí, quizá un dejo de ensueño o un boceto de chiste mentiroso.
-¿Quién es?
-Señora, ¿tiene algo de ropa para los chicos?
-Mmm... sí, a ver, un segundito.

Aparece un chico de mi edad, que me dirige una mirada insulsa, poco austral, más bien hiperbórea. Me extiende un pantalón de jogging que yo había olvidado hacía tres noches en esa casa. Una parálisis, un cuadro de Dalí, hubo por medio minuto en mi cabeza. Medio minuto que hubiera sido una hora sino extendía unas zapatillas rojas, obligándome a mover mi brazo izquierdo. Zapatillas de hombre, no mías. Su padre había fallecido cuestión de meses, pero ¿regalar pertenencias del padre? Ella lo adoraba. Hermano no tenía. Podían ser de este chico que yo tenía frente a mí, a quien hubiera escupido de no ser porque me daba tristes indicios y ropas. Como en los sueños (¡este no lo fue!), de repente yo me encontraba dentro, con un cuchillo en la mano. Arma penetrante, intento inconsciente de llegar más adentro todavía. Por suerte, el inconsciente nunca fue mi fuerte y soltó el cuchillo, que cayó al piso para permanecer en él. En el piso superior al cuchillo, estaría ella. Como dicen las descripciones: angelical, inocente, tímida. Un asco, ahora lo veo, no saben describir a una mujer. Me precipité hacia arriba, al revés que el agua. Estaban sentados en la cama; él abrazándola, ella tiritando miedo sobre su abrazo. Cuando vio al supuesto ladrón, su rostro angelical, etc. etc. etc se convirtió en el de un soldado que no huiría. Ese supuesto amante embobado que mi cabeza había configurado, ya no llevaba rosas invisibles en el brazo, ni olía a perfume ajeno a la transpiración. Di media vuelta, pausa necesaria para que la inocente le diga al malo quién era este buen ladrón que se había colado entre la puerta y él. Retomé el sentido de mi cuerpo y de mi mirada, que brotaba envidia desde los poros de mis ojos. Le mostré el calzado rojo y la interrogué sobre su proveniencia. Murmuró un nombre, el de un tercero. Cerca de darle la mano al muchacho, felicité a ella por la calidad de su disimulo. Tres, cuatro, cinco, seis pudimos ser. Ahí estallé, pero no dije nada. Emprendí la retirada, permití a ella que siga su juego, a él que siga creyendo, a ellos que sigan creyendo. Que son uno, que ella es una.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Manuel Santillán

En este momento, en China, muchos chinos en el zoo lógico miran la jaula del león chino. No hay horóscopo, pero sí mensaje plenamente denotado. Tiene aferrada a su mandíbula la expresión de una cara. De la cara queda poco, pero aún se nota que la persona estaba riendo en el momento que el rey apareció por sus espaldas.

Todos lo miran. Le dicen al león: "león, qué pensarías si comiéramos a tu cría delante tuyo". A lo que el león contesta: "oh, miren cuán rudo soy. Estoy enjaulado y, sin embargo, degluto a un contemporáneo." Y se corrige, irónico: "un ex contemporáneo".

Todos le temen, con razón. Ahí adentro tiene ese poder, ¿afuera? Al lado está la jaula de los monitos tití. Tan graciosos, tan originales y humanos. El león es tan cruel y predecible (mañana a la misma hora si vas a ese zoo podés experimentar la muerte). Pero es mucho más humano. Tan carnívoro y subsistente como nosotros.

El hipopótamo está comiendo un ojo, ¡alto! Pero nadie lo ve. Un ojo más un ojo menos, no se ve.
A los humanos nos impresionan las caras sangrientas, casi ventrílocuas. El león brinda ese espectáculo. Entra el domador, pronuncia un nombre que los chinitos no logran escuchar. El león revolea de los pelos esa huesuda cara (ahora más propicia para un perro). Cae sobre los zapatos del domador, quien descompuesto de la risa exclama: "¡Cho Han Wo!". En castellano se traduce "Juan Pérez". Los chinos sacan sus celulares, todos a la vez, llaman a sus Cho Han Wo y registran que todos están vivos. Sarcásticamente, mientras van cortando sus comunicaciones telefónicas, empiezan a reir uno tras otro.

sábado, 1 de septiembre de 2007

demasiado actual

-Bien, vos?
-También
-En nada, vos?
-Con la viola. Qué se yo.
-Yo tampoco, ni idea. Ayer con los pibes, hoy un rescate creo.
-Sí, necesito diez horas de almohada.
-Viste... yo además ando re corto.
-Te presto, si necesitás pasá que cincuenta pe había por acá.
-No es eso, ¿me entendés?
-Sí, te re entiendo loco. Y el euro sigue subiendo, cualquier cosa una cama había por acá. Hasta que todo pase...
-Se re agradé. Pero entendés que no te quiero generar quilombo. Vi una por Almagro que me...
-¿Te movió? Sí, alto rioba.
-No es eso. Bah, me movió sí, pero es más fuerte loco, ¿viste cuando la ves...?
-¿Cuántos cuadrados?
-Sesenta, pero con exteriores diez más. Un balcón que las saca a domicilio te digo, ya congeladas, marca
-Stella, papá!
-No se, estuve probando unas negras increíbles. Después...
-Dale, mandá por allá.
-Mando. Y otro para la flaca. Abrazo.
-Azo.

sábado, 4 de agosto de 2007

Quiero decirles dos cosas. La segunda es la siguiente:

Creí escupir a todos con mi mirada. Pude salivar mis dedos con simples reojos y pude lengüetear el pastel antes de que lo fraccionaran en porciones de torta con muestra gratis de papila gustativa. Siempre fui muy baboso, ni la carcaza del caracol hubiera sabido apreciarme. Además, nunca me atrayeron las fiestas. Para colmo, la decoración de esta fiesta la constituía únicamente la torta de nueve pisos. Yo di el riego tropical necesario a las frutillas rojas, que ahora se veían más húmedas y tentadoras, yo tuve el inmenso gesto de lamer la chantilly sobrante en cada uno de los ocho niveles inferiores. Todo a gatillo silenciado, una lengua realmente entrenada. Experto.

Destrabé el silenciador, cascañeteé los dientes hasta conseguir a la totalidad de los invitados. "Brindemos", dije. Horrorizados por mi avanzada motricidad facial, cada uno de los presentes alzó tímidamente su copa y sorbitó (sorbitar: acción y efecto de "dar sorbitos") placenteramente la champagna. Una confusión de sentimientos me abrumó, de modo tal que acumulé una segregación transparente entre la lengua y la encía superior. ¿Marcharme? ¿Cortar el nonecilindro? Esperar solucionaba todo. Y esperé mucho. En esa espera estoy, con la boca hecha agua, deseando salivadamente que los invitados se lleven de esta fiesta algo más que mi presencia, algo más que una torta que les cayó mal.

Nota del autor: los diccionarios más cabezas definen sorbitar como "pitada a un líquido y no a un filtro de papel", otros -ya cabezones- como "darle una seca a un líquido y no a un faso".
PD: yo asesiné a mi tecladista de letras.

domingo, 29 de julio de 2007

eternas marionetas mortales



Un chico de papel
levantó su diestra mano,
su mismo antebrazo,
su brazo todo.

Inclinó su torso,
saludó sin saberlo.
No escuchó los mil aplausos,
la chica de papel.

Nunca se conocieron,
pero un tercero los presentó.
Papel que voló al recuerdo,
títere atado a su condición.

Descansaron juntos por siempre,
escondidos en un cajón.
La familia del tercero no quiso
mover los hilos que otro,
supo hilvanar mejor.



martes, 24 de julio de 2007

Aprendan de la cigüeña

Hecha bolita sobre alguna frazada
(vestida siempre),
tus puños abiertos,
tu pelo lacio.
Tus ojos abiertos sin esfuerzo,
sin parpadear.
Así es, todos los cíclopes dicen que quien no se esfuerza no parpadea.
Y luego callan, mueren todos igual los cíclopes.

Luego, yo creo que estaba a tu lado.
O vos al mío, los cíclopes no refieren al respecto, aunque bien lo saben. Creo que yo al lado tuyo.

Pero la foto de mi pose inmóvil y dura me la tomaste sentado. Y mis puños se ven cerrados, mi lacio pelo se había enrulado. Y ¡la puta madre! Sí, así es, los cíclopes refieren: la alta temperatura corporal modifica momentáneamente un gen que eriza el pelo y luego lo enrula.

Pero antes de teorizar sobre la situación de un hombre sentado al lado de una mujer suave, los cíclopes mueren. Y vos eras cíclope.
Por eso sufrí. Y por eso moriste.
Confirmado, yo estaba a tu lado.

lunes, 16 de julio de 2007

De la naturaleza de una mente

Corrección a la edición del miércoles 4 de julio de 2007: el autor ha hecho modificar a su tecladista (de letras) la errata de la palabra basto por vasto.
A raíz de lo cual el autor ha optado por la digitalización de sus huellas sobre el negro abecedario.
Inmediata consecuencia: no asesinar sobre el teclado.

Perdón.
Suena el teléfono,
la impro no debe cortarse
de esta manera es inevitable.

sábado, 14 de julio de 2007

Fin del cuento: poesía

Segregó ese hilo más transparente
que lo invisible,
lloró ser viuda con más lágrimas
que penas y glorias.

La vi negra y me puse blanco
pero hay ocasiones en las que el color no importa.
Colgó a media altura, tenía la hoz
con el martillo sentenciaba el caso.

Empezó a columpiarse largo,
sobran bichos que amenazan.
Me arrinconó contra las cuerdas
fui un puching ball intocable.

En su mapa fui un playmóvil
de facciones invisibles.
En su tela fui Saddam,
sin fronteras, muy global.

miércoles, 4 de julio de 2007

Cuento a destiempo


Fue un sueño breve que duró nueve meses. Una sacrificada vida nómada encontró en el embarazo, por primera vez en treinta y cinco años, el sedentarismo y la paz. El padre quedó en alguna parcela del basto territorio de arado que tienen las tierras argentinas. Nunca supo del nacimiento de ninguno de sus hijos y no constituyó la excepción el espantoso asomo de Álvaro fuera del vientre materno. Delegó, sin saberlo, todo sufrimiento y preocupación en la madre, humilde campesina acostumbrada a trabajar de rodillas.

El niño salió envuelto en un color marrón seco, bastante sólido, entremezclándose a su vez con un amarillo más líquido. Ambas sustancias poseían un olor particular que nadie demoró en reconocer. Los parteros intentaron comenzar, entre ellos, una humorada con frases vulgares del estilo “qué bebé de mierda”. Pero debieron callar al unísono cuando descubrieron la porción de materia que ocultaba las blancas fauces de Álvaro.

El diagnóstico inmediato presentaba un cuadro de retraso evidenciado por su mirada perdida y por su boca abierta, inexpresiva, sin otro futuro que el de tragar aire sin intención de ello, pero que exceptuaba al órgano nasal de tan asfixiante misión. Los ojos posados en algún lugar no muy lejano a las dos hortensias que decoraban la sala y los dientes, amarillentos como si hubiera fumado cigarro durante toda su vida, hundían al recién llegado en la humildad de la manifestación de su figura.

martes, 12 de junio de 2007

Cuento distante


Hay un preciso instante en la noche en que uno camina sin hacer ruido y todos caminan sin hacer ruido. El gato parece estampado en la pared, arte rupestre predecesora que lo pintó con aerosol en blanco y negro. El instante se apodera tan intensamente que su recuerdo perdura en los minutos posteriores, pero nunca el día siguiente. La imagen es reconocible para quien haya transitado el barrio. Las noches frías con ojos empañados permiten mayor nitidez de la neblina. Neblina que suele ser del mismo color que el gato o de la pared en la que el felino se encuentra. Tiene las orejas paradas, los ojos iluminados, el cuerpo corvo, las patas dispuestas; la descripción no es nueva. Una pose tan inmóvil como el silencio que acapara el instante.

De repente, uno sigue atravesando el reloj y todos siguen oyendo el segundero. Las copas de los árboles parecen dubitativas, sus hojas caen culpa de un viento que ahora se vuelve a sentir en cada poro del rostro. El gato retoma sus tres dimensiones, maúlla de manera molesta, se cobija debajo de algún auto cercano; un simple gato que cualquiera vio. ¿El instante? El ruido sembró sus nostalgias, las añoranzas se presentan como fotografías monocromas. Uno y todos saben que no vuelve, habrá que esperar al gato, la noche, el frío y el silencio.