miércoles, 4 de julio de 2007

Cuento a destiempo


Fue un sueño breve que duró nueve meses. Una sacrificada vida nómada encontró en el embarazo, por primera vez en treinta y cinco años, el sedentarismo y la paz. El padre quedó en alguna parcela del basto territorio de arado que tienen las tierras argentinas. Nunca supo del nacimiento de ninguno de sus hijos y no constituyó la excepción el espantoso asomo de Álvaro fuera del vientre materno. Delegó, sin saberlo, todo sufrimiento y preocupación en la madre, humilde campesina acostumbrada a trabajar de rodillas.

El niño salió envuelto en un color marrón seco, bastante sólido, entremezclándose a su vez con un amarillo más líquido. Ambas sustancias poseían un olor particular que nadie demoró en reconocer. Los parteros intentaron comenzar, entre ellos, una humorada con frases vulgares del estilo “qué bebé de mierda”. Pero debieron callar al unísono cuando descubrieron la porción de materia que ocultaba las blancas fauces de Álvaro.

El diagnóstico inmediato presentaba un cuadro de retraso evidenciado por su mirada perdida y por su boca abierta, inexpresiva, sin otro futuro que el de tragar aire sin intención de ello, pero que exceptuaba al órgano nasal de tan asfixiante misión. Los ojos posados en algún lugar no muy lejano a las dos hortensias que decoraban la sala y los dientes, amarillentos como si hubiera fumado cigarro durante toda su vida, hundían al recién llegado en la humildad de la manifestación de su figura.

1 comentario:

Hipotermia dijo...

Hola!!
Este cuento está incompleto, no?
Bastante respugnante. Si ese fue tu objetivo al escribirlo, lo lograste.
Yo quisiera saber más de la madre campesina. Más del lugar del nacimiento, y si nació con dientes.
Todo amerita una segunda parte del cuento a destiempo, quiero decir, los interrogantes y la calidad del relato.
Un beso fresquito de por acá.