sábado, 13 de octubre de 2007
Réquiem para un sueño
A los despertares inconclusos de imágenes vagas,
inseguras, oscuras como los pensamientos
que afloran al salir la luna…
A ellos interrogo,
de ellos dudo,
¿tienen significado?
¿Son profundos como un ahogo
o inexorables como un estornudo?
Un estornudo
en el cual no fue preciso
mirar una luz.
Un simple hipo quizás,
que viene ácido
y se va asustado.
No, son un ahogo.
Se corta la respiración
y uno se hunde,
humedece su cabeza en el salado mar
que podría haber sido un río dulce.
¡Un surubí que pesqué bagre!
Despertares míos callad,
otorgad sueños profundos,
y si acaso despertáis,
escuchad cantar los pájaros.
Silban felices… melodías de réquiem.
jueves, 27 de septiembre de 2007
Violencia, ¡es mentir!
Puse las monedas en la expendedora de boletos a la vez que aclaré al chofer localidad San Isidro. Cabizalto y sonriente, desfilé por el cuatrópodo cuyo número no recuerdo. Las chicas me miraban, ellos me envidiaban. Como buen galán, me senté en asiento de uno, sin devolver miradas sugerentes a ninguna. Abrí la ventanilla con la suavidad y lentitud suficiente como para que el contraste con el viento fuera casi una veta de artista. De nada me daba cuenta en ese momento. Todo fue después, todo fue hoy, ahora tal vez. Pensaba en ella, mi cabeza había sido asfixiada. A mis neuronas pareció gustarles.
Bajé los tres escalones mientras cubría mis manos con guantes negros. Seis cuadras me separaban de su casa. Las caminé con la lentitud que caracteriza a un hombre que llegó a la cumbre y no sabe bajar, a lo mejor ni quiere. Pero pasaron con velocidad vertiginosa. El hombre supra elevado no tiene otro motivo para temer que el vértigo. Vértigo a la forma, no a la materia, no a la sustancia. En fin, recién fue el timbre el objeto real que modificó mi mundo onírico por este otro, tanto más real como material.
Entonces, no se por qué mentí, quizá un dejo de ensueño o un boceto de chiste mentiroso.
-¿Quién es?
-Señora, ¿tiene algo de ropa para los chicos?
-Mmm... sí, a ver, un segundito.
Aparece un chico de mi edad, que me dirige una mirada insulsa, poco austral, más bien hiperbórea. Me extiende un pantalón de jogging que yo había olvidado hacía tres noches en esa casa. Una parálisis, un cuadro de Dalí, hubo por medio minuto en mi cabeza. Medio minuto que hubiera sido una hora sino extendía unas zapatillas rojas, obligándome a mover mi brazo izquierdo. Zapatillas de hombre, no mías. Su padre había fallecido cuestión de meses, pero ¿regalar pertenencias del padre? Ella lo adoraba. Hermano no tenía. Podían ser de este chico que yo tenía frente a mí, a quien hubiera escupido de no ser porque me daba tristes indicios y ropas. Como en los sueños (¡este no lo fue!), de repente yo me encontraba dentro, con un cuchillo en la mano. Arma penetrante, intento inconsciente de llegar más adentro todavía. Por suerte, el inconsciente nunca fue mi fuerte y soltó el cuchillo, que cayó al piso para permanecer en él. En el piso superior al cuchillo, estaría ella. Como dicen las descripciones: angelical, inocente, tímida. Un asco, ahora lo veo, no saben describir a una mujer. Me precipité hacia arriba, al revés que el agua. Estaban sentados en la cama; él abrazándola, ella tiritando miedo sobre su abrazo. Cuando vio al supuesto ladrón, su rostro angelical, etc. etc. etc se convirtió en el de un soldado que no huiría. Ese supuesto amante embobado que mi cabeza había configurado, ya no llevaba rosas invisibles en el brazo, ni olía a perfume ajeno a la transpiración. Di media vuelta, pausa necesaria para que la inocente le diga al malo quién era este buen ladrón que se había colado entre la puerta y él. Retomé el sentido de mi cuerpo y de mi mirada, que brotaba envidia desde los poros de mis ojos. Le mostré el calzado rojo y la interrogué sobre su proveniencia. Murmuró un nombre, el de un tercero. Cerca de darle la mano al muchacho, felicité a ella por la calidad de su disimulo. Tres, cuatro, cinco, seis pudimos ser. Ahí estallé, pero no dije nada. Emprendí la retirada, permití a ella que siga su juego, a él que siga creyendo, a ellos que sigan creyendo. Que son uno, que ella es una.
miércoles, 19 de septiembre de 2007
Manuel Santillán
Todos lo miran. Le dicen al león: "león, qué pensarías si comiéramos a tu cría delante tuyo". A lo que el león contesta: "oh, miren cuán rudo soy. Estoy enjaulado y, sin embargo, degluto a un contemporáneo." Y se corrige, irónico: "un ex contemporáneo".
Todos le temen, con razón. Ahí adentro tiene ese poder, ¿afuera? Al lado está la jaula de los monitos tití. Tan graciosos, tan originales y humanos. El león es tan cruel y predecible (mañana a la misma hora si vas a ese zoo podés experimentar la muerte). Pero es mucho más humano. Tan carnívoro y subsistente como nosotros.
El hipopótamo está comiendo un ojo, ¡alto! Pero nadie lo ve. Un ojo más un ojo menos, no se ve.
A los humanos nos impresionan las caras sangrientas, casi ventrílocuas. El león brinda ese espectáculo. Entra el domador, pronuncia un nombre que los chinitos no logran escuchar. El león revolea de los pelos esa huesuda cara (ahora más propicia para un perro). Cae sobre los zapatos del domador, quien descompuesto de la risa exclama: "¡Cho Han Wo!". En castellano se traduce "Juan Pérez". Los chinos sacan sus celulares, todos a la vez, llaman a sus Cho Han Wo y registran que todos están vivos. Sarcásticamente, mientras van cortando sus comunicaciones telefónicas, empiezan a reir uno tras otro.
sábado, 1 de septiembre de 2007
demasiado actual
sábado, 4 de agosto de 2007
Creí escupir a todos con mi mirada. Pude salivar mis dedos con simples reojos y pude lengüetear el pastel antes de que lo fraccionaran en porciones de torta con muestra gratis de papila gustativa. Siempre fui muy baboso, ni la carcaza del caracol hubiera sabido apreciarme. Además, nunca me atrayeron las fiestas. Para colmo, la decoración de esta fiesta la constituía únicamente la torta de nueve pisos. Yo di el riego tropical necesario a las frutillas rojas, que ahora se veían más húmedas y tentadoras, yo tuve el inmenso gesto de lamer la chantilly sobrante en cada uno de los ocho niveles inferiores. Todo a gatillo silenciado, una lengua realmente entrenada. Experto.
Destrabé el silenciador, cascañeteé los dientes hasta conseguir a la totalidad de los invitados. "Brindemos", dije. Horrorizados por mi avanzada motricidad facial, cada uno de los presentes alzó tímidamente su copa y sorbitó (sorbitar: acción y efecto de "dar sorbitos") placenteramente la champagna. Una confusión de sentimientos me abrumó, de modo tal que acumulé una segregación transparente entre la lengua y la encía superior. ¿Marcharme? ¿Cortar el nonecilindro? Esperar solucionaba todo. Y esperé mucho. En esa espera estoy, con la boca hecha agua, deseando salivadamente que los invitados se lleven de esta fiesta algo más que mi presencia, algo más que una torta que les cayó mal.
Nota del autor: los diccionarios más cabezas definen sorbitar como "pitada a un líquido y no a un filtro de papel", otros -ya cabezones- como "darle una seca a un líquido y no a un faso".
PD: yo asesiné a mi tecladista de letras.
domingo, 29 de julio de 2007
eternas marionetas mortales

martes, 24 de julio de 2007
Aprendan de la cigüeña
(vestida siempre),
tus puños abiertos,
tu pelo lacio.
Tus ojos abiertos sin esfuerzo,
sin parpadear.
Así es, todos los cíclopes dicen que quien no se esfuerza no parpadea.
Y luego callan, mueren todos igual los cíclopes.
Luego, yo creo que estaba a tu lado.
O vos al mío, los cíclopes no refieren al respecto, aunque bien lo saben. Creo que yo al lado tuyo.
Pero la foto de mi pose inmóvil y dura me la tomaste sentado. Y mis puños se ven cerrados, mi lacio pelo se había enrulado. Y ¡la puta madre! Sí, así es, los cíclopes refieren: la alta temperatura corporal modifica momentáneamente un gen que eriza el pelo y luego lo enrula.
Pero antes de teorizar sobre la situación de un hombre sentado al lado de una mujer suave, los cíclopes mueren. Y vos eras cíclope.
Por eso sufrí. Y por eso moriste.
Confirmado, yo estaba a tu lado.